Una escuela que integra a la familia en los procesos educativos formales
El mes pasado se celebró en Madrid el Congreso “Pastoral juvenil salesiana y Familia”. Desde la escuela salesiana deseamos parafrasear una de sus conclusiones: No queremos una escuela salesiana que avance paralela a la acción familiar. La escuela salesiana es una escuela integral, y una escuela integral no puede prescindir de mecanismos de interacción con […]

#EscuelasSalesianas

26 enero, 2018

El mes pasado se celebró en Madrid el Congreso “Pastoral juvenil salesiana y Familia”. Desde la escuela salesiana deseamos parafrasear una de sus conclusiones: No queremos una escuela salesiana que avance paralela a la acción familiar.

La escuela salesiana es una escuela integral, y una escuela integral no puede prescindir de mecanismos de interacción con las familias que, por una u otra razón, han optado por el proyecto educativo salesiano. Es más: una escuela comprometida con una educación personalizadora (evangelizadora), no podrá jamás cumplir con su misión si no es capaz de integrar a la familia en los procesos educativos formales. Si entendemos la educación como la acción de la influencia que se ejerce sobre el educando para ayudarle a llevar a cabo la maduración de su personalidad en los ámbitos cognitivo, afectivo, social y la libertad, la escuela comenzará a percibir que su influencia en las aulas no es la más decisiva, y que es una influencia subordinada y dependiente de otros agentes primarios, entre ellos y principalmente la familia.

Por otra parte, la escuela tendrá que ser consciente del profundo cambio operado en la sociedad actual en relación con la sociedad que sirvió de contexto a la acción de hace varios decenios: de unos valores ampliamente compartidos -implícita o explícitamente cristianos- hasta convertirse en vigencias sociales, se ha pasado a su fragmentación, de tal manera que, paulatinamente, la escuela se encontrará, cada vez más, con padres de familia que solicitan para sus hijos la educación de las aulas católicas, mientras les resultan ajenos los valores que éstas preconizan. Si entonces hubo que preocuparse de profundizar y dar consistencia adulta a dichas vigencias sociales, hoy se tendrá que pensar en levantar de nueva planta el edificio de los valores cristianos allí donde no hay sino solares semiabandonados. Parece evidente que las estrategias y las prioridades educativas no pueden ser las mismas. Y, entre esas estrategias y esas prioridades, la acción sobre la familia habrá de tener una relevancia especial, hasta el punto de cuestionarnos si nuestras escuelas pueden seguir siendo sólo centros de educación de niños o han de ser también centros de educación de familias.

Quizá tengamos que pensar que, puesto que creemos que la escuela sigue siendo “lugar de evangelización, de auténtico apostolado y de acción pastoral, no en virtud de actividades complementarias o paraescolares, sino por la naturaleza misma de su misión, directamente dirigida a formar la personalidad cristiana”,[1] hoy eso será una quimera si no se consigue que cada educador, desde su aula, se convierta en dinamizador de la implicación de los padres en los procesos educativos del niño o del joven. Por este camino, se podrá lograr una aproximación de los padres a los valores centrales de esa educación.

Imagen destacada: Alumnos del colegio San José en Salesianos Pizarrales (Salamanca).

Ángel Astorgano. Coordinador Nacional de Escuelas Salesianas

http://boletin-salesiano.com/?p=17569

 

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